Uno de los principales retos de la educación en la actualidad es el atender a la diversidad de alumnos que tenemos en el aula.
Se están produciendo multitud de cambios en la educación, como el aumento de alumnos de diferentes nacionalidades, lenguas y costumbres, los cambios en las estructuras familiares, o el uso de las tecnologías de la información y comunicación que, cada vez más, nos demanda una mayor adaptación.
Por lo menos un par de años atrás, la labor educativa se limitaba a expresar ante un grupo más o menos pequeño de personas ideas de acontecimientos, hechos o teorías científicas con el objetivo de que fuera aprendido. Recientemente se conoce que el profesor debe aplicar cierto tipo de estrategias para hacer llegar ese conocimiento de manera más apropiada, basándose en los estilos de aprendizaje de los estudiantes, en sus propias estrategias de aprendizaje, conociendo sus inteligencias múltiples más sobresalientes, etc.
Cada vez más nos damos cuenta de que los estudiantes aprenden mejor bajo ciertos ambientes, con ciertas herramientas o con tal o cual técnica de enseñanza y la aplicación de estrategias variadas de enseñanza (por parte del profesor) y de aprendizaje (por parte del estudiante).
Los trabajos individuales, las actividades en equipo, el material novedoso, el uso de herramientas tecnológicas, el desempeño de clases al aire libre, las prácticas de laboratorio, los debates, las entrevistas a profesionales, las actividades integrales o extra-curriculares, en fin, éstos y tantos otros elementos al alcance de los profesores para usarlos, ya sea para mejorar, reforzar o elevar el aprendizaje se han convertido en una variable más de la educación.
No me atrevo a decir que todos, pero sí diría que la mayoría de los profesores han sentido un poco de frustración al descubrir que aunque aplicáramos metódicamente todos los elementos para la enseñanza de alguna asignatura seguiríamos encontrándonos ante el fantasma del rezago educativo y el de la reprobación de algunos estudiantes.
La respuesta a esto es que nuestros estudiantes no sólo tienen diferentes estilos, técnicas y estrategias de aprendizaje, además tienen diversidad de necesidades, motivaciones, lugares y familias de procedencia, lo cual diversifica magníficamente la labor de enseñar.
Entre todas las diversidades podríamos nombras algunas, tales como la diversidad de procedencia, (procedencia familiar, socio-económica y escolar), diversidad de necesidades, (necesidades afectivas, ideológicas y de conocimiento), diversidad de motivaciones, (motivaciones propias, de los demás), diversidad en el desarrollo físico, emocional, psicológico o cognitivo), entre otras.
Con todo este superficial análisis de los tipos de diversidad que podemos tener en una institución educativa deberíamos considerar que exista un núcleo sobre el cual se concentren las actividades relativas a buscar establecer conexiones adecuadas entre lo que los estudiantes requieren para un mejor aprendizaje en función de sus particularidades, y las estrategias que los profesores deberán llevar a cabo en sus asignaturas, considerando los intereses y necesidades, como ya lo vimos, diversos, de su grupo de estudiantes.
La escuela es pues el espacio en el que, a pesar de las diversidades, hay que buscar una apropiación de aprendizajes más o menos homogénea entre los estudiantes y futuros profesionales, quienes, dicho sea de paso, se enfrentarán ante un mundo laboral plagado de egresados de carreras en las que se supone todos aprenden “lo mismo” y que será, precisamente sus distinciones personales, intereses, motivaciones y necesidades las que le abran o le cierren las puertas de la oferta laboral.
Es notorio que no he tratado a la diversidad como género, grupos étnicos, grupos religiosos, personas con alguna disminución física o neurológica, extranjeros, etc., y eso se debe a que considero debemos ya saltar esa parte, obviamente sin descuidarla, para pasar a diferenciar a las personas por cuestiones más significativas.